Richey James Edwards, guitarrista y letrista de la banda de rock británico Manic Street Preachers, integra el selecto y a la vez triste Club de los 27, cómo se denomina al grupo de músicos que murieron a esa edad. Pero la historia del atormentado y depresivo joven galés es única y misteriosa: en 1995 desapareció, nadie volvió a saber sobre él. Un 23 de noviembre como hoy, pero de 2008, su familia lo declaró «presuntamente muerto».
Con la muerte de Kurt Cobain en 1994, se engrandeció aquella teoría de que para un músico morir a los 27 años no es inusual, y hasta, de alguna manera, lo convierte en leyenda. ¿Por qué? Por que anteriormente, artistas como Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin o Jim Morrison fallecieron a esa edad. Pero «El club de los 27» tiene en su lista a 41 músicos, entre los que se encuentran la cantante de soul Amy Winehouse, el baterista de Echo and The Bunnymen Pepe de Freitas y el cuartetero argentino Rodrigo Bueno, «El Potro». Casi todas las causas tienen una explicación y se sabe el causal del deceso, como accidentes de tránsito o excesos de alcohol o drogas; frente a esto no hay misterio alguno. Sin embargo, el caso de Richey James Edwards es único y excepcional. Desde el 1 de febrero de 1995, el guitarrista y compositor de los Manic Street Preachers se encuentra desaparecido. Pese a que algunos aseguran haberlo visto en las Islas Canarias o en la India, hasta hoy, su paradero es incierto.
Richey Edwards creció en Blackwood, un pueblo al sur de Gales. Allí forjó la personalidad que lo acompañaría desde la adolescencia hasta el último día en que se lo vió; con un extraño modo de vestirse, con una apariencia de chico atormentado, con depresión y problemas de alcohol intermitentes, con una personalidad frágil y enigmática, un joven que no completaba al menos una comida durante el día y que se inyectaba pasta dental. Todo esto complementado con anorexia, flagelo, insomnio contrarrestado con la ingesta de vodka a litros, y una tendencia a la automutilación, principalmente a cortarse y a apagarse cigarrillos sobre su cuerpo. “Si estás desesperadamente deprimido como yo lo estaba, entonces disfrazarse es simplemente la última salida. Cuando era niño solamente quería hacerme notar. Nada podía entusiasmarme excepto la atención, por eso me disfrazaba lo más que podía. La atrocidad y el aburrimiento van de la mano”, menifestó, en referencia a su complicada niñez. Luego de asistir a la universidad en Swansea y graduarse en Ciencias Políticas a fines de los ’80, la vida de Richey cambiaría para siempre.
Edwards se inició en la música como plomo de una banda de britpop formada en 1986 por cuatro compañeros de colegio de Blackwood. En 1988, uno de ellos abandonó el grupo, quedando los tres miembros fundacionales de los que serían los Manic Street Preachers: James Dean Bradfield en voz y guitarra, Nicky Wire en bajo y Sean Moore en batería. Pero como trío sentían que les faltaba algo. Por eso, en la búsqueda del cuarto integrante, se fijaron en su chofer, ese chico extraño y trastornado que los trasladaba en la camioneta hacia los shows. Como el talento musical de Richey era nulo, lo pusieron a «tocar» la guitarra rítmica. «Tocar», porque en las presentaciones en vivo simulaba hacerlo, simplemente moviendo la mano por encima de las cuerdas, y en algunas oportunidades ni siquiera enchufaba el amplificador. Su habilidad e influencia instrumental en el grupo era más que cuestionable. Lo seguro es que la incorporación de Richey le aportó profundidad, sentimiento y estética a la banda; él dotó a sus letras de transgresión, nihilismo, protesta, cultura y una gran carga política. Ahora, el chofer se convertía en el frontman de los Manics.
Tal vez el hecho que muestra de manera contundente el carácter y la esencia propia del letrista del grupo galés es el ocurrido en 1991 durante una entrevista para la NME. El periodista Steve Lamacq cuestionó a Richey James la autenticidad de la banda, si su postura extrema y radical reflejaba un sentimiento verdadero o si se trataba de una jugada comercial. Sin emitir ningún comentario, el guitarrista respondió tallándose la frase «4REAL» («de verdad», «en serio») en el antebrazo izquierdo con una cuchilla de afeitar que sacó de su bolsillo. “Cuando me corto me siento mucho mejor. Todas las pequeñas cosas que pudieron haber estado fastidiándome repentinamente parecen tan triviales porque me estoy concentrando en el dolor. No soy una persona que pueda chillar y gritar, por eso éste es mi único escape”, declaró posteriormente, dando cuenta de que los cortes en su cuerpo eran habituales. La sangrienta acción que realizó frente a Lamacq le costó diecisiete puntos de sutura.
«Llega un punto donde no puedes actuar más como un ser humano. No puedes levantarte de tu cama, no puedes hacerte una taza de café sin algo malo sucediéndote o que tu cuerpo esté demasiado débil para caminar”. En cada entrevista, los conceptos poco optimistas que Richey expresaba se volcaban luego a las letras de las canciones, como en Of walking abortion: «A nadie le importa nada y somos culpables / no tenemos horizontes / gente pequeña en casitas / gusanos ciegos y sin valor / la sangre de los inocentes masacrados nos mancha a todos / ¿quién es responsable? / Tu eres responsable/ somos todos abortos caminantes», en referencia a los genocidios del siglo xx; o en Archives of pain: «El centro de la humanidad es la crueldad / nunca hay redención / cualquier idiota puede arrepentirse / Predico la extinción». Ambos temas pertenecen al tercer disco, The Holy Bible, de 1994, del cual Edwards compuso el 75% de las canciones. Las mismas abarcan tópicos como anorexia, insomnio, el Holocausto, el colonialismo americano, la prostitución y la apatía a la sociedad. Con este trabajo se convirtió en uno de los grandes compositores de la década de los ’90, demostrando su capacidad para reflejar en sus composiciones no sólo su tormentosa personalidad y sus problemas psíquicos, sino también la peor faceta del ser humano a través de su historia.
Todo lo que confiaba explícitamente en sus trabajos lo perseguía día a día, y en su cuerpo y mente la situación era cada vez peor. Por eso, decidió internarse en el hospital psiquiátrico The Priory, ausentándose en varios recitales y obligando a los Manics a presentarse como un trío en el Reading Festival. Al regreso de su estadía, en teoría reparadora, el frontman no tuvo descanso; a los pocos días el cuarteto inició un tour por Europa con los británicos Suede y Therapy? Pero el alejamiento de los escenario no pareció haberle servido para mejorar, sino todo lo contrario. En su última aparición en un show, el 21 de diciembre de 1994 en el London Astoria, Richey destrozó su guitarra en You Love Us, mientras el resto del grupo hacía lo mismo con los equipos. La etapa más prolífica y sutil de los Manics Street Preachers está pronto a esfumarse para nunca más volver… ¿nunca?
El 1 de febrero de 1995, a sus 27 años, Richey debía volar hacia Estados Unidos junto al vocalista James Bradfield para la gira promocional de The Holy Bible, el álbum que obra como manual perfecto para entender qué pasaba en la cabeza del guitarrista en aquel entonces, pero Edwards nunca apareció. Ese día, a las siete de la mañana, salió del hotel Embassy, situado en Bayswater Road, en Londres, y se dirigió con su auto hacia Cardiff. A partir de allí, no se supo más nada sobre él. Al no hacerse presente en el país norteamericano, el manager de los Manics denunció la desaparición del compositor a la policía londinense. La reacción de su familia no tardó en llegar. “Richard, por favor, contacta con nosotros. Con cariño, mamá, papá y Rachel”, publicaron sus padres y su hermana en los diarios locales con un atisbo de esperanza para encontrarlo, situación que jamás se dio. Dos semanas antes de su desaparición, el líder de la banda retiró 200 libras cada día de su cuenta bancaria, llegando al monto de 2800 libras.
Después de su desaparición todo es incierto, las conjeturas y las versiones sobre su paradero son muchas. Algunos aseguraron verlo en la oficina de pasaportes y en la estación de micros de Newport. Un taxista de dicho lugar afirmó haber trasladado a Richey el 7 de febrero desde el King’s Hotel hasta la estación de servicio Severn View, cercana al pueblo de Aust, luego de haber pasado por su pueblo natal, Blackwood. Probablemente esta sea la declaración más verosímil, debido a que pasada una semana, el 14 de febrero, su auto, un Vauxhall Cavalier, recibió una multa en Severn View. Tres días después, el vehículo fue denunciado por abandono. Al inspeccionarlo, la policía comprobó que la batería estaba descargada, lo que significa que alguien lo había utilizado. Un dato curioso, y al mismo tiempo importante, teniendo en cuenta la personalidad de Richey, es que cerca de la estación de servicio se encuentra el puente colgante de Severn, sitio conocido por ser el lugar preferido para los suicidas.
Desde el día en que el compositor desapareció, los Manics Street Preachers continuaron como un trío. En el primer recital sin Edwards, sus compañeros colocaron un micrófono de más en el escenario, a la espera de que salga de entre el público y se sume nuevamente al grupo. Aunque esta suposición un tanto fantasiosa jamás ocurrió, hay un rumor acerca de que Bradfield, Wire y Moore guardan la cuarta parte de las regalías generadas por las canciones, reservadas exclusivamente para Richey. Al igual que la banda, las esperanzas de la familia de volver a verlo siguieron intactas por unos años. Como lo exige la ley británica, para dar por muerta a una persona en ausencia de su cadáver, se debe esperar a que pasen siete años desde la última vez que se lo vio con vida. Aunque este plazo concluyó en 2002, los familiares esperaron hasta el 23 de noviembre de 2008, cuando finalmente lo declararon «presuntamente muerto». Un año más tarde, los Manics lanzaron Journal for plague lovers, un disco con canciones inéditas escritas por Edwards.
Varios testigos afirmaron haberlo visto en Goa, el estado más pequeño de la India, o en las islas de Fuerteventura y Lanzarote. Otros lo vieron en un monasterio, y otros en las Islas Canarias. Nada pudo ser comprobado. Lo cierto es que Richey James Edwards es el caso más paradigmático y espectacular de los integrantes del Club de los 27. Es el único del triste grupo que está desaparecido, o «presuntamente muerto», como lo declararon sus allegados. Sus compañeros conservan la parte que le corresponde del dinero obtenido por sus composiciones. Pero no sólo es plata lo que dejaron sus canciones, ellas ayudaron a encender la chispa que generó el estallido del britpop: un genéro, un sentimiento, una pasión que jamás morirá, como Richey.